Comencé
sin bajarme la aplicación en WhatsApp, no recuerdo si por pereza, porque era de pago o
porque no tenía espacio disponible para actualizar el IOS de turno. Algo tenía que
hacer que no hice y me quedé sin emoticonos.
Y
utilizando únicamente el lenguaje en un mundo de caritas amarillas, yo sobreviví.
¡Alucinante!
Y
así he seguido durante estos años. Nunca los he echado en falta.
Ha
pasado de ser un reto personal –podría decir que me motivan los retos absurdos
que no llevan a ninguna parte- a formar parte de mí. Me comunico con palabras
completas, sin abreviaturas y con tildes; pongo comas, puntos, incluso punto y
coma -así de cursi soy-. La única licencia que me concedo es pasar del signo de
interrogación o exclamación de apertura cuando chateo, pero me crea cargo de
conciencia, no vaya a ser que a la RAE le dé por quitarlos por eso de adaptarse
a las nuevas formas de comunicación… Y llevo fatal los cambios ortográficos y
gramaticales de la RAE (no tengo superado sólo y me cae el éste sin tilde, ¡un
drama!).
Creo
que somos capaces de transmitir y entender la sorpresa, la ironía, la pena, el
susto, la risa o la vergüenza sin un emoticono aclaratorio.
Un
“Me parto” resulta igual de sugerente
que una carita muerta de risa; claro que ésta puede repetirse 10 veces seguidas
mientras que yo nunca escribiré “Me
parto, me parto, me parto, me parto, me parto”. Entiendo que con una vez ha
quedado confirmado que sí me hace gracia.
Tampoco
considero necesario aclarar un vacile utilizando el pertinente guiño o
guiño-lengua-sacada. O soy capaz de escribirlo para que entiendas que estoy de
coña o puede que, tal vez, sea inapropiado; a ver si ahora las caras amarillas
lo van a solucionar todo… Si el chiste ha sido hiriente, no creo que se haya
creado todavía el emoji capaz de
deshacer el entuerto, ya puedes poner besos y corazones a granel que, cuando
pinchas hueso, duele…
Es
tan fácil que cualquier anécdota resulte sorprendente a la par que espeluznante
pero con un toque de humor, la versión de El grito está en todas partes. Yo utilizaría
un “¡No me puedo creer!”, un “¿En serio?” o un “¡¿Pero qué me dices?!” dependiendo de las circunstancias. Puede ser
que me quede corta y no consiga hacer llegar a mi interlocutor ese matiz de
espanto pero qué se le va hacer, es un mensaje de mierda, tampoco nos vamos a
poner tan quisquillosos.
No
podré ruborizarme ni poner cara de pena.
Tampoco
cerraré mis frases con una flamenca.
Nunca
enviaré corazones rosas.
Sólo
te aseguro que me comprenderás y, ¿no se trata de comunicarse?
Así
que seguiré atrincherada en la palabra, resistiéndome ferozmente al emoticono.
Porque para mí es importante, aunque no tenga ni idea de por qué…