“A la izquierda del ring y con guantes rojos tenemos al Gordito. Tres años. 17 kilos. Una bestia parda. Burro como sólo un niño puede ser. Terco como su madre. Su cabeza es dura como una roca. El dolor no causa mella en él. Sus recursos son ilimitados. Y cuenta con un departamento de I+D+I de lo más puntero.

Al otro lado del ring y con guantes azules está Mamá. 33 años. 51 kilos. Físicamente muy inferior a su oponente, cuenta con un tesón y una cabezonería formidables a los que suma, además, unas cualidades recién descubiertas: paciencia ilimitada, ansias de victoria, nervios de acero, templanza, serenidad*...

* Estas virtudes serán de aplicación exclusiva en la faceta maternal. Para el resto de gente, soy igual que siempre.
El combate será muy reñido. ¡Hagan sus apuestas, señores!”
Todo comienza con un gancho de pataleta sorpresa en la boca del estómago.
Con los reflejos siempre alerta, devuelvo instintivamente y sin inmutarme un directo de “¡Cuento hasta tres! Como te sigas portando mal, te quedas sin Rayo Mcqueen. Uno… Dos… Y… ¡Tres! ¡Te has quedado sin coche!”.
El Gordito es duro. Mi golpe consigue desequilibrarlo pero coge impulso y me suelta un “Me quedo tirado en el suelo llorando y no me pienso mover ni un milímetro.” que me nubla la visión.
Trato de recuperar el aliento y le propino otro “¡Cuento hasta tres!”. Embalada, empiezo con la criba de juguetes hasta agotar las existencias de coches. Este golpe ha sido certero y noto cómo se desestabiliza.
Entonces, contraataca con un “Ahora sí que no me pienso mover.” y te acorrala contra las cuerdas. Tú única salida es tirar de él, tratar de levantarlo, arrastrarlo un poco... Pero el Gordito sabe lo demagógica que resulta su estrategia; se ha metido al público en el bolsillo y ahora está en tu contra.
La cosa no pinta nada bien para ti. Sacas fuerzas y asestas un último “Pues ahí te quedas. Me voy yo sola.” y caminas. 5 metros, 7, 10, 11… Miras de soslayo. Quedan sólo unos pocos pasos hasta alcanzar la esquina. Ralentizas. Ésta es tu última oportunidad…
Y, entonces, intuyes algo parecido a un movimiento, un gesto casi imperceptible. Pero lo ha hecho. Berreando, se ha puesto en pie. ¡El combate es tuyo!
Ahora sólo queda llegar a casa y cumplir todos tus castigos. Esto huele a segundo round…
Todos los días hay pelea. Cada batalla es la guerra en sí misma; si pierdes una, es la derrota total. No hay tablas. No existe el empate. Es él o tú.
Y mi objetivo es el triunfo. Aplastante. Total. KO. El cinturón de campeón.

¡Hasta la victoria siempre!