Érase
una vez una chica. Tuvo una infancia y una adolescencia y, como eran otros
tiempos, se casó joven. Disfrutó más de su juventud que de su matrimonio y,
mientras vivía su libertad fuera del yugo paterno, empezó a conocer la
independencia. Esa sensación recién estrenada, de sentirse dueña de su vida, la
fue alejando de su esposo. Él se distanciaba también. Y en ese espacio vacío,
que se agrandaba cada día, se enamoró. Esta vez sí supo que era amor, del que
merece la pena, el sacrificio, y el dolor. Y recorrió el camino plagado de quédirán, de túnosabesloquehaces, de noestáshaciendolocorrecto.
Lo anduvo hasta el final, hasta él.
La
chica se transformó en mujer y su amante en su marido. Su relación fue una de
tantas, con altos y bajos, épocas buenas y rachas horribles pero siempre
compañeros, acompañados, dos.
Ella
tuvo que pelear, que sobrevivir. Se puso enferma y le quitaron un pecho y luego
el otro. Y aunque su vida volvió a su cauce, su autoestima, como su piel, quedó
llena de profundas cicatrices.
Pasaron
años, décadas, en mutua compañía. Habían creado un hogar y lo habían llenado de
amigos, hermanos, sobrinos y perros. El tiempo transcurría apacible para ellos.
A veces destellaba el amor de juventud; otras, las crisis de la madurez. Una
relación larga, al fin y al cabo...
Las
canas lo cubrían todo cuando ella se puso enferma de nuevo; esta vez no había
solución. Era el final, él lo sabía y ella sólo podía intuirlo. Quedaban pocos
meses y, como era un ser adorable, no le faltaron amor, cuidados o compañía.
Sin embargo, algo la inquietaba más allá de su enfermedad. Primero fue sólo una
sensación; ella pensó que él tenía miedo. Luego pequeños gestos, ¿por qué su
amiga se acicalaba cuando iba a visitarla? Hasta que, ignorantes, se
convencieron que desde su cama ella no podría sentir la traición.
Se
equivocaron.
Ella
sí lo supo.
Qué bonito contado tan triste final. A lo mejor por eso los cuentos no hablan de lo que pasa después de las perdices...
ResponderEliminarSon sólo el final de los cuentos pero el principio de la vida.
EliminarY a mis oídos no ha llegado ningún empacho de perdices...
Muy bonito mamina, y muy bonita la tía, y que suerte haberla tenido.
ResponderEliminarY eso es para nosotras. Para siempre.
EliminarSi algo tiene que ser mentira en esta historia, que sea la última frase. Te das cuenta de que alguien escribe bien cuando es capaz de dibujar sangre sin usar el color rojo.
ResponderEliminarTodo habría sido diferente sin esa frase. Todo sería distinto ahora sin esa frase.
Eliminar¡Gracias por la flor, Mac!