18 julio 2013

Los tacos.

Soy muy malhablada. Necesito soltar tacos. Forman parte de mi lenguaje, de mi vocabulario. Los requiero para expresarme correctamente (no con corrección, obviamente), para transmitir el mensaje que quiero hacer llegar a mi interlocutor. No puedo prescindir de ellos. No encuentro sinónimos capaces de decir lo mismo sin resultar soez. Soy incapaz de dar con la palabra alternativa que consiga trasladar la euforia, la sorpresa, el desconcierto, el enfado, el disgusto o la pena que siento con tanta rapidez y claridad que con una buena palabrota.


Todo esto viene de familia, claro. Es educacional, aprendido y aprehendido desde la más tierna infancia.
Mi padre se caga en la puta virgen varias veces al día desde que tengo uso de razón. Además, es muy frecuente que esté hasta los cojones.
A mi madre la persona que desatina le parece gilipollas o cabrona. Lo aburrido le ha resultado toda la vida un coñazo. Y la gente no es mala, es hija de puta.
Las expresiones estrella de casa han sido siempre “¡Joder!” y “¡Coño!”. Son tan polivalentes; muestran asombro, dolor, susto, alegría, pena, hartazgo, admiración... Un sinfín de cosas en las que hacer hincapié y que se solventa con un par de sonoras sílabas.


Como no podía ser de otra manera, el resultado han sido tres hermanas que se expresan con claridad diáfana y muy poca finura.
Mi Hermana antepone un “puta” a cualquier sustantivo. Finaliza cada frase con el clásico “¡Joder!”. En sus oraciones, el número de epítetos puede llegar a igualar el de sustantivos.
HermAna se decanta más por la blasfemia en estado puro –su ateísmo militante tendrá mucho que ver, supongo-. El resultado, un buen “Me cago en Dios” y un “hostia” coronando sus enunciados.
Yo suelo estar hasta los huevos, hasta los cojones y hasta el coño. Es habitual que lo complicado me resulte jodido y mi malestar se transforme en jodida. Las cosas que me entusiasman o me dejan estupefacta me parecen la polla.


El problema empieza ahora que tenemos testigos diminutos. Están capacitados para detectar el mal a kilómetros de distancia y arden en deseos hacerse con él.
Mi sobrino, a la tierna edad de dos años, dice “¡Cojones!” y “¡Joder!” con pronunciación y soltura adulta. Es capaz de colocarlo en el momento preciso para poner de manifiesto su total desacuerdo. No se pueden utilizar mejor.
Mi hijo, con una dicción algo más torpe, ya dice “¡Coño!”; el sonido sería más bien “¡Ooonnnio!”. Pero no hay duda, “¡Mamá! ¡Que no! ¡Ooonnnio!” es lo que parece. Sospecho que trata de utilizar joder pero está todavía pendiente de confirmación.


Puedo intentarlo pero sé que jamás encontraré la liberación y el desahogo que me proporciona una buena palabrota. Son tan redondas, tan sonoras. Su simple declamación es terapéutica. Después de un “¡Cabrón!” me quedo más relajada, algo del rencor que sentía se fue con el taco.

Y si los franceses prefieren el castellano para dar rienda suelta a su ira, por algo será. A mí un “con” también me parece una mierda de insulto.

9 comentarios:

  1. Pole! Tu si que eres la Polla Lolichi.

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  2. Lola,últimamente, cuando me enfado con el mundo y después soltar mi taco favorito "estoy hasta el mismísimo coño", vengo aquí.Me muero de risaaaa!!!Besazo

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  3. QUE PUTA VERDAD!!!
    YO AHORA TRANFORMO LOS "CONARD" EN CONARDO! Y YA ME SUENA UN POCO MEJOR!
    BESAZOS REINA MORA

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    1. Algo tienes que hacer para liberar tensión. ¡Qué difícil es estar de mala hostia en francés!

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  4. jajajja. Lola, post buenísimo. Cada vez que has soltado un taco me he imaginado a cada a uno de la family en situaciones en las que habéis dicho tacos! Me he reido un montón.
    Por cierto, yo me estoy volviendo también muy taquera....
    Besos. Martuja

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  5. Martuja, el mejor momento para volverse palabrotera es con un peque deseando absorber conocimientos malignos… ¡Qué bien! Lo va a pillar echando leches y te va a soltar un “Joder” enseguida.

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