Mi
vida se ha vuelto un mercadillo. Me paso el día regateando, negociando,
rebajando y discutiendo cualquier cosa. Estamos en una fase en la que nuestra
existencia es un trato, todo tiene un precio y resulta que pongo uno demasiado alto.
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El número de cucharadas de puré que se tiene que tomar antes de zanjar la cena. Suele girar en torno a tres, aunque alguna vez me ha sorprendido
diciendo doce. Y yo pensando que me había salido el negocio redondo -risa interior
de felicidad suprema- y que con una docena acabaría el plato seguro. Pero no,
es un tipo pequeño y astuto y me ha hecho un timo de la estampita en toda
regla. Y yo, el primo como una campeona.
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El baño. Independientemente del tiempo que lleve a remojo, siempre habrá una
última cosa que podría haber hecho, un trago más de agua, otra pompa de jabón, una
aguadilla o simplemente prolongar el chapoteo. ¡Hagan juego señores! ¿Cuánto
tardaremos en salir?
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La polémica de los cuentos antes de dormir. El desencuentro gira en torno a la
longitud del relato, si elegiremos uno largo (él) o uno cortito (yo) y, en este
último caso, si leeremos uno (yo) o dos (él). Teo
me parece el máximo de páginas que estoy dispuesta a tolerar, llego a la 13
hasta las narices del parque acuático, la montaña, la playa, el tren, los
abuelos, los primos y la madre que parió al protagonista.
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El ganador de las carreras. Es una decisión que se toma de antemano, previa
discusión. Dependiendo de las ganas que tengamos de educar el asunto de perder,
porque el niño no trabaja segundos puestos sin autorización expresa previa,
dedicaremos más energía al intercambio de posturas. En cualquier caso, en la
línea de salida ya tiene claro que él será el vencedor, salvo alguna pequeña
concesión para mantener vivo el entusiasmo del contrincante.
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El i-Pad. El último vídeo no existe, es una farsa, una estrategia que debieron enseñarle en el campamento de regateo gitano al que acude en secreto desde que
nació. Es un grandísimo negociador en estas lides, rapiñará hasta el último
segundo de imágenes. Y siempre te queda esa sensación de que, aunque le
hayas apretado las tuercas, te ha dado el palo.
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Lavarse los dientes, vestirse, ponerse los zapatos. Cualquier actividad que sea
capaz de hacer solo pero le dé pereza será negociable. Y si es por las mañanas
en días escolares, él tiene la sartén por el mango y lo sabe. Usará toda clase
de tretas, subterfugios y artimañas. Llorará, se enfadará, correrá en pelotas
por la casa, pedirá abrazos, segundas oportunidades. Recurrirá al más vil de
los chantajes para lograr su objetivo, que lo haga la menda. Y si a las 8.30 no
estamos saliendo por la puerta, es harto probable que así sea…
Son
necesarios mucho temple y la mente fría y calculadora para sellar tratos de
semejante envergadura. Un mal día y has firmado un contrato basura que te
compromete de por vida. Así que estoy valorando redactar un convenio semestral que estipule los términos y condiciones de nuestra relación materno-filial.
Porque me parece que, con tanto mercadeo, siempre pierdo, aunque todavía no
tengo claro qué.
Yo que he tenido que negociar con 3 y niñas mas listas que el hambre ; no te arriendo las ganancias cuando la negociacion sea para la hora de voler a casa; desando estaba que cumpliran los 18 y decirles que llegaran a la hora que quisieran eso si en taxi apoder ser acompañadas y avisando si se hacia de dia.
ResponderEliminarEso de ser abuela es lo mejor que hay no se negocia se hace lo que ellos quieren
y me los como a besos.La Anciana
Mejor no pensar en las las negociaciones futuras, que me entra un agobio... Haré lo que pueda con un negociador adolescente aunque suena terrible.
EliminarDesde luego, mejor abuela, Vieille.