Por
fin ha llegado la maravillosa etapa, la que todo padre ansía, la que pone a
prueba la paciencia, el aguante, la contención, el ánimo, la constancia, la
memoria. El gran momento está aquí y el retoño está buscando los límites.
En
un principio pensaba que esta parte de la educación consistía exclusivamente en
establecer unas normas. Ellos tendrían que cumplirlas siempre. Nosotros nos
encargaríamos de que eso sucediera. Creía que la coherencia era la clave y la
principal dificultad, cuántas veces no habré querido saltarme mis propias leyes
por resultar de complicado cumplimiento. He suspendido muchas veces, convencida
de que un día no podía crear norma frente a los 364 restantes. ¡Craso error! Lo
bueno se graba a fuego en sus cerebros en pleno desarrollo.
Resulta
que eso era únicamente el comienzo, una primera parte en la que sólo hemos
establecido las reglas del juego. Ahora vamos a pasar a la acción…
Mi
rival, que levanta un metro del suelo, ha tomado la firme decisión de averiguar
hasta dónde soy capaz de llegar. Un planteamiento alternativo, con un punto más
amenazante pero no menos cierto, sería que él va a llegar hasta el final, hasta
el pollo, la pataleta, la rabieta, el cabreo, el llanto o la amenaza. La jugada
va a terminar, inexorablemente, ahí; lo único que puedo elegir es cuánto margen
de maniobra le voy a dejar.
Empecé siendo más generosa, pensando que la situación podía salvarse cambiando de
tercio. Creí que reaccionaría a la apocalíptica amenaza “¡Cuentos hasta tres!”, que llegaron a ser trescientos y seguíamos en
el punto de partida. Traté de castigar sin un juguete, dos, cinco, ninguno. Subí
la apuesta a no hay cuento. Hice un órdago con el i-Pad. Pero la cosa no
cambiaba. Bueno, alguna variación sí se veía: mi mala leche iba en aumento a la
par que se agotaba mi paciencia, pero no era ésa la idea. En cualquier caso, el
resultado permanecía inmutable, bocinazo, exabrupto, bronca y llanto.
Así
que, vista la persistencia de esta fase, se imponía un cambio de estrategia,
tomar medidas más efectivas. Me he vuelto más práctica, más estricta y,
sorprendentemente, más. zen. He
decido que el final, el punto de estallido, sea lo antes posible, evitando así
prolongar una agonía. Para qué dilatar un proceso abocado, irremediablemente,
al fracaso.
Así
pues, mi límite está a la vuelta de la esquina, llegamos a él en un suspiro. No
voy a repetir lo mismo 25 veces, lo dejaré entre 3 y 7 (la primera se la lleva
siempre el viento) y, si no hace caso, pasamos directamente a la siguiente
tarea. Sin broncas, ni gritos, ni pollos. No se quiere desnudar, quitamos el
baño. No se jabona, salimos del agua. No quiere cenar, a lavar los dientes.
Pasa de cepillárselos, a la cama con los piños sucios… Y así todos los días,
mañana y noche.
¿Y
cómo es posible que gane yo si no se lava los dientes? Porque sin
enfrentamiento, no hay guerra, que es exactamente lo que anda buscando. Ahí es donde
reside la victoria.
Ya
se aburrirá de buscar camorra, espero…
Le estaba notando yo como desaliñado...
ResponderEliminarPero mucho más obediente...
EliminarY màs delgado ?.la anciana ,jaja
ResponderEliminarCon hambre no se queda, de eso estoy segura.
EliminarOye pues esto de ganar y no sulfurarse demasiado ,me gusta! probemos pues.....igual acabo por no lavarme los piños yo también.
ResponderEliminarNo se tiene que lavar los dientes la criatura (bueno, se trata de que lo haga pero estamos con psicología inversa). No te puedo garantizar los resultados si dejas de hacerlo tú, apuesto a que no te relaja demasiado.
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