Hay
algunos detalles destinados a aportar calidad a tu estancia en un hotel. Y
mientras mejor sea éste, mayor será el número de amenities en la habitación.
El
tema es que no está hecha la miel para la boca del cerdo y, aunque me meta de
lleno en vivir la experiencia lujosa, no me sale muy bien.
Me
entusiasma entrar en una habitación chulísima y ver un pedazo de cama gigantesca
coronada con 500 cojines y almohadas. El problema es que sólo necesito uno, me
sobran 499 que no sé cómo utilizar. Irán irremediablemente al suelo en cuanto
me vaya a dormir. Y encima, entre tanta oferta, no encuentro mi almohada perfecta,
la estándar, la de espesor normal y relleno de esponja.
Y eso es el comienzo, la mayor parte de mi incapacidad lujosa ocurrirá en el cuarto de baño,
petado de toallas de todos los tamaños, generando confusión con respecto a su
uso. ¿Tengo que coger una mini toalla cada vez que me lave las manos? ¿Son para
la cara? ¿Cuántas veces se tiene que lavar uno la cara para imbuirse en las
estrellas? ¿Ésta es la de los pies o para el pelo?
Luego
está el albornoz. Lo veo todo tentador, tan blanco y esponjoso que estoy
deseando ponérmelo. Me veo tan a gusto ahí dentro, envuelta en tanta
esponjosidad. Así que me lo calzo pensando que será el súmmum del confort. Sin
embargo, el primer escollo hace su aparición rápidamente. Son siempre talla
única, el mismo para un varón de 150 kilos y dos metros de altura que para mí.
Obviamente, me sobra por todas partes, tengo que darle tres vueltas a las
mangas y cruzarlo tanto que se torna en una camisa de fuerza mullida. Total, lo
que imaginaba sexy y calentito resulta ser ridículo y sofocante. Mi experiencia
con la glamourosa prenda es un auténtico fiasco y bastante agobiante.
El
grifo de la ducha hidromasaje y efecto lluvia tiene una ingeniería tan
complicada que tardo muchos minutos en descubrir su mecanismo. Una vez abierto,
el agua saldrá por el chorro que no debe y a una temperatura muy diferente a la
que elegiría sí fueras libre y entendiera cómo funciona el grifo de marras. He
llegado a llamar a recepción para que me enciendan la ducha porque había que
pulsar, apretar y girar, como un bote de jarabe anti-niños.
Aprovechar
para darse un relajante baño. Lo lleno al máximo, hago espuma con alguno de los
botes (probablemente champú con acondicionador), me sumerjo y me aburro. Tengo
ganas de salir antes de que se me ponga la piel de los dedos como un garbanzo.
Y encima la espuma sólo se va con una ducha. Otro lujo que no se me escapa.
Me
encanta un pedazo de hotel pero no lo disfrutaré por el triple rizo de sus
toallas de algodón egipcio, no sé cómo hacerlo. A lo mejor tengo que ir más a
menudo e ir aprendiendo poco a poco los entresijos del lujo.
Por no hablar de las frutas de bienvenida, que me como todas porque son gratis, dejando en evidencia mis orígenes plebeyos...
ResponderEliminarDebe haber algo inexplicablemente elegante en el melón, nunca falla como fruta de hotel. Con la pereza que me da tener que comérmelo todo, pero en el plato no se queda.
EliminarA mí me flipan las cajas fuertes que suele haber en los hoteles en donde me gusta meter las llaves, el tabaco, el Casio de los chinos, la réplica de las Rayban y todas las pertenencias valiosas que poseo.
ResponderEliminarNo te olvides de guardar también el gel de baño, la pastilla de jabón, el champú, el cepillo de dientes, la cuchilla de afeitar... Como vean que queda algo, no reponen y te llevas a casa muy poca cosa.
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