Cuando
nos hacemos con el primer puesto en la cola de embarque, nos sentimos
poderosos. Con nuestro ingenio e iniciativa hemos logrado ese lugar
privilegiado, el número 1. Pero aunque parezca que la suerte está de nuestro
lado, el desenlace puede no ser el esperado. Estamos en un aeropuerto, todo
puede suceder.
La
técnica de colocarse el primero en el mostrador es el gran clásico del
embarque. Es emocionalmente muy satisfactoria, nos aporta autoestima, poderío.
Es tan gratificante ver cómo van sumándose adeptos a nuestra iniciativa y la
fila empieza a ganar metros de gente siguiendo nuestro instinto creador. Porque
esta cola requiere muy poco esfuerzo para crearse y alcanzar longitudes
kilométricas, independientemente del tiempo que falte para que llegue nuestro
vuelo.
Además,
embarcando el efecto dominó es instantáneo; basta con que un único viajero se
coloque en posición para que los demás pasajeros, presos de la angustia a
quedarnos sin sitio, a que el vuelo despegue sin nosotros o a que alguien ocupe
nuestro asiento, sigamos su ejemplo como borregos y nos pongamos en formación
de a uno.
Estamos
en posición, listos para montar cuando aparecen las azafatas y comienzan a
organizar el embarque siguiendo un criterio único e irrepetible en cada vuelo.
Empezarán por tarjetas platino, oro, plata, zafiro, diamante o rubí, seguirán
con las clases: business, preferente,
embarque prioritario, turista plus, clase A. Cuando haya subido más de medio
avión pero tú sigas en el primer puesto pegado al mostrador, continuarán con
los pasajeros sentados a partir de la fila 16. Para cuando llegue el turno de
la 8F, sin ninguna mención especial, distintivo plus o tarjeta amiga de materiales
preciosos, serás el primero de los únicos 20 pasajeros que todavía siguen en
tierra. Y encima, no encuentras el DNI así que se te han adelantado otros 7.
Una
técnica espectacular, sólo nos ha costado hora y media de pie más toda la
frustración de ver cómo nos adelanta la cola al completo.
Puede
darse el caso de que se embarque siguiendo rigurosamente el orden de la fila. Así
que ahí estaremos nosotros, adentrándonos eufóricos en el finger, avanzando por el estrecho pasillo, que desemboca en unas
escaleras, que nos conducen a un autobús, que no partirá hasta estar completo,
echando por tierra todo nuestro trabajo. Nuestra posición aventajada se acaba
de esfumar. Nos costará asumir la derrota, trataremos de darle la vuelta a la
situación colocándonos junto a las puertas para lograr recuperar el lugar que
nos corresponde. Pero, claro, no sabemos si las elegidas serán las que finalmente
se abran. Tal vez sean las del otro lado del autobús, y los últimos serán los
primeros, ergo seremos los últimos. Debemos ser cautos y no cantar visctoria, el
final de todo finger no es siempre un
avión.
Todos
tenemos nuestras teorías sobre el embarque óptimo. Elaboradas hipótesis para optimizar
los tiempos de espera y asegurarnos un hueco en el compartimento para equipaje
de mano. Aunque las de los demás siempre parecen funcionar mejor.
Esta vez nos ha salido redondo como iba llenó el avión la maleta de mano gratis porque no cabían en los compartimentos y en segunda fila por lo mismo y solo llegamos 5 minutos tarde para facturar yo creo que los buenos sitios los tienen guardados para pasajeros Vip tardones no se sí la próxima vez iremos en las alas . La Anciana
ResponderEliminarNo te puedes ni creer la suerte que has tenido, Vieille.... Eso sólo pasa en las películas.
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