03 noviembre 2014

Domingos.

El domingo no me convence. Es, después del lunes, mi día menos favorito de la semana.


Es perezoso, largo, de pijama, comidas pesadas y siesta; nunca termina de arrancar del todo. La ciudad está vacía, como si siempre hiciese demasiado frío o demasiado calor.


Si sales temprano, te encuentras en mitad del desierto, con la calles sin poner todavía. No hay tráfico, no hay gente y reina el extraño sonido a ciudad deshabitada, insólitamente silenciosa. Y en domingo, las 7:00 son igual de madrugadoras que las 11:00.

El cambio empieza a producirse bien entrado el mediodía. Seres humanos van saliendo de sus portales con cuentagotas y repoblando el afortunado parque o plaza. El barrio suena al fin.
La cota máxima de densidad demográfica callejera se alcanza durante el aperitivo, un par de horas en las que no te sentirás el único morador del planeta. Pero es un espejismo breve. A la hora de comer -nunca más allá de las 15:00-, vuelve el toque de queda y todos regresamos obedientes a nuestras madrigueras. La ciudad vuelve a su estado original, casi vegetal.

Las tardes presentan el mismo panorama desolador. Algún transeúnte desperdigado aquí y allá, ignorante de la niebla ácida del séptimo día que se cierne sobre la villa. Como si de una película apocalíptica se tratase, sólo las necesidades más básicas nos harán abandonar la seguridad de nuestros hogares: una visita a la farmacia a por Dalsy o al Opencor a comprar leche y café para el desayuno.

Lo peor es que entre las cuatro paredes de nuestras casas, el plan es también una pereza. Es una jornada interminable, tediosa, con niños aburridos y adultos amodorrados, todos enfurruñados. Saldríamos a despejarnos si no fuese porque podríamos desintegrarnos al poner un pie en la calle.


El domingo se nota en el organismo, no terminamos de estar a gusto en ningún sitio. A lo mejor es porque el lunes se cierne sobre nuestras cabezas…

6 comentarios:

  1. Poco comentario veo para lo acertado del retrato dominguero...

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    1. ¡Qué pereza, tía! Es leer el post y quedarme frita.

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  2. Poco comentario, pero el post es una realidad como un templo y la imagen es super chula.
    Para mi la siesta de los domingos en el sofá con una mantita encima es la gloria, y si ya encima estas acompañado, ni te cuento.

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    1. La mantita, la siesta y la compañía son todavía mejores un sábado. Además, todavía nos queda un día para repetir la jugada.

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  3. Totalmente de acuerdo! A mi el síndrome dominical me arrastra a siestas infinitas y a un amodorramiento preocupante. Sólo se me ocurre proponer la costumbre del aperitivo largo (bien regado) para salvar èste día de la semana. M.

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    1. Un aperitivo bien regado acaba en siesta siempre. Una buena opción para el domingo, M.

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