13 octubre 2014

Chamarilera.

Me encanta trastear en los mercadillos. Rebuscar entre cosas viejas -y baratas, por supuesto- cosas para mi casa y, ya que estoy, para mí también.



Mientras más cutre sea el puesto, tienda o almacén, más disfrutaré durante el proceso. No me dejo llevar por el ambiente decadente, la suciedad o el entorno. Entre pilas, cuchillos usados, montañas de revistas viejas y muñecos amputados, yo sigo a lo mío, mirando a ver si aparece un pequeño tesoro.

Encuentro cosas chulas en una manta improvisada por un menda con una pinta tan chunga que me pregunto de dónde habrá sacado ese bolso antiguo de Loewe que me está vendiendo por 20€ y si lo sabrá su abuela.

Una gitana me ha vendido dos anillos de bronce -dijo ella- por 5€ y si le doy bien fuerte con el algodón mágico (?) brillarán como si fuesen de oro. Pero a mí me gustan así, viejos.

Bucear en los almacenes de antiguallas, intentando moverte en la oscuridad, entre montañas de muebles con telarañas, retratos que asustan y espejos que te reflejan por sorpresa para darte un susto de muerte. Y, de repente, ver alguna cosa con oportunidades de llegar a ser bonito. Con una lijadita y un retapizado quedaría increíble, como si yo fuese capaz de hacer algo. Pero es ahí donde compré la trona que ha usado mi niño durante más de dos años -tras un proceso de maqueo que la pertrechada y capaz madre una amiga llevó a cabo de manera espectacular-. Estoy pensando en dejarme caer de nuevo a ver qué se cuece.

Me entusiasman los desembalajes. Fisgar cuadros, jarrones, armarios, baúles, aparadores, mesas, sillones, percheros, cajas, figuras. Ahora, mi dormitorio tiene una consola, una silla de jardín un poco rococó y algo oxidada y una colección de fotos de flores en blanco y negro. Ha sido un largo proceso recolector que tiene pinta de no acabar...

También me he dejado caer por los traperos y pensado que me encantaría tener hueco en mi cocina para colocar una de sus viejas mesas de madera y mármol o disponer de un comedor vacío para poder llevarme ese juego de mesa y cuatro sillas setentero de poco más de 100€ y que quedaría que te mueres con un tapizado nuevo (de nuevo, me imagino sabiendo tapizar). Al final, sólo pude comprar un par de libros de a euro por eso de no irme con las manos vacías. También volveré.

Confieso que en alguna ocasión he caído en el colmo de la baratura: la basura. No me dedico a rebuscar, han sido más bien apariciones, un objeto destellando entre los cascotes de un contenedor de obra. Eso sí, siempre colocado muy a mano y, sobre todo, sin testigos. No sería un gran momento para mí si alguien me pillara cogiendo mierdas. En un primer momento, me embriaga la satisfacción del descubrimiento pero luego tengo que cargar con el sentimiento de cutre salchichera, hasta que esté limpio y luciendo mono en algún rincón de mi casa. Y así he encontrado un cartel para el cuarto de mi niño y una letra que tengo colocada en el mío.



Cada vez que me doy una vuelta por un rastro y veo un mueble que me gusta pienso lo bien que quedaría en mi casa imaginaria y siempre por amueblar (aunque haya decorado la cocina cinco veces ya). Haría una combinación increíble gracias a IKEA y a todos los tesoros descubiertos. ¡Y en mi cabeza la combinación queda de revista!

6 comentarios:

  1. Ten cuidado que de eso al síndrome de Diogenses hay un paso, lo que pasa es que todavía me fió de tu buen gusto y sobre todo de tu cordura , a mi por si acaso me veis haciendo eso de hugar en la basura llamar urgentemente a un profesional no me fio. La anciana

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    1. Creo que eres más bien del tipo no tiro nada que del subo esta basura tan mona a casa. Puedes estar tranquila, Vieille.

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  2. Yo también soy objeto de miradas raras por mis amigas y conocidos cuando miro en puestos/ tiendas cutres en busca de tesoros....sé que no siempre se consigue, pero sí algunas veces, dando así en el morro a mis desconfiados acompañantes. Arriba la chamarilería!

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    1. No importa de dónde salga, lo que vale es lo bien que queda y su módico precio.
      ¡Viva el mercadillo!

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  3. A mi me gusta mucho mirar, curiosear y enredar, pero no veo casi nunca nada como para llevarme a casa, salvo unas corbatas retro que se venden a granel...

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    1. Y nadie nunca adivinaría su precio, tan guapo y tan elegante...

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