Hay
gente, situaciones, que sacan a relucir tu lado más barriobajero. Una versión de
ti que perjura, insulta, maldice, hace cortes de manga sin pestañear y no
dudaría en romper un botellín de cerveza para dar un toque más dramático a la
escena.
Todo
comenzó una plácida mañana de sábado de camino a una cervecera. Carretera con
curvas, niño que se marea y, claro, hay que parar. Tiras el coche a toda prisa
donde buenamente puedes, pendiente de que no vomite dentro, sales a la carrera,
le sacas en un nanosegundo y a esperar a que se le pase el blancón al
pobrecito.
Cuando
parecía que estábamos listos para reanudar el viaje, se acerca una tía de muy
malos modos, buscando un poco de gresca de fin de semana.
- ¡Oye! ¡Aquí no se puede aparcar! ¡Esto
es una propiedad privada!
- Perdona, he tenido que parar
un segundo, que se ha mareado el niño. No
podía
pararme en el stop que me estaban pitando.
A
todo esto, hay que ver la situación: niño color verdoso, madre con cara de
agobio máximo. Pero eso no era lo importante, claro…
- Ya, siempre decís lo mismo. No podéis
venir a recoger a los niños y aparcar aquí.
- ¡¿Qué? Es que no tengo ni idea
de lo que me estás contando.
- Sí, claro… ¡Si vienes siempre aquí a
dejar a tu hijo!
Primera
vez en mi vida que estoy en ese sitio (al que ni siquiera sabría volver).
- No tengo ni idea de lo que me
estás contando. Mi hijo no va a ningún colegio aquí.
- ¡Seguro! ¡Estoy harta! Es que no puedes
aparcar aquí cuando quieras.
- Oye, que he parado cinco
minutos.
- ¡Menudo morro tienes!
- Mira, te estás equivocando de
gordo. No sé de qué me estás hablando.
- Ya, claro, ¡¿pero qué te crees?! ¡Me
tenéis harta!
- Oye, tía, que ya te lo he
explicado. Déjame en paz que el niño se encuentra mal.
- ¡Si siempre estás aparcando aquí!
- ¡¿Pero qué cojones dices?!
- Pues que aquí no se aparca.
- ¡Vete a la mierda!
Y
abro la puerta del coche, no sin antes dedicarle mi anular bien alto.
Pero
la tipa no iba a parar tan fácilmente, no en vano contaba con un marido
guardaespaldas mientras que yo estaba sola con un niño mareado. Me llevaba un
armario empotrado de ventaja así que, vuelta a la carga (y todavía sigo sin
meterme en el coche):
- ¡Qué fina eres, chavala!
- ¡Y tú qué subnormal! Te estoy
diciendo que mi hijo no se encuentra bien.
- Es que aquí no se puede aparcar, ¡es
una propiedad privada!
- ¡Joder, menuda gilipollas!
Ahora
sí, arranco, le dedico otro par de cortes de manga sacando el brazo por la
ventanilla –todo lo macarra que puedo- y me voy. Me gustaría poder decir que me
fui picando rueda, pero no sé hacerlo.
Lo
más feo de este asunto –quitando el mal cuerpo que se te queda cuando discutes en
esos términos con una desconocida- es que la tía sólo vino porque se sintió más
fuerte. Me vio sola con un niño y atacó, la muy zorra.
Hace
falta ser muy chunga para crecerte -con un marido al lado- frente a una tía a
la que has visto y considerado desprotegida.
¡Menuda
gentuza! Estoy por volver allí con un par de maromos bien ciclados para tener otra
distendida conversación sobre la propiedad privada.