29 julio 2013

Ya estás recuperada (visión ajena).

A la gente no le gusta las desgracias ajenas. Que sucedan cosas terribles en un entorno cercano les hace conscientes de su propia vulnerabilidad. Si te pasa a ti, les puede ocurrir a ellos, obviamente.

La huida es un comportamiento muy común (con mi padre y mi madre ha sido flagrante). No es sorprendente encontrarte con amigos que desertan, que pasan de ti, que dejan de llamar, que desparecen de tu vida. Justo cuando más los necesitas, se esfuman. Parece extraño, pero es real. Sucede tantas veces. Así que, al momento complicado que estás viviendo, tendrás que sumar la enorme decepción que supone ese abandono con el que no contabas.
Es recurrente también que el entorno más lejano (compañeros de trabajo, por ejemplo) se despreocupe por completo. Ni buscas ni necesitas su consuelo, pero sí una mirada diferente, algo más empática. La conciencia de que has vivido algo extremo. Cierta delicadeza en el trato.



Y, cuando las aguas empiezan a volver a su cauce, todos tendrán una prisa desmedida por pasar –tu- página. Jugar a que nada ha sucedido. Olvidar tu experiencia. Enseguida soltarán “Pero tú ya estás bien, ¿no?”. Pues, mira, no. He vivido una experiencia que ha vuelto mi vida del revés, así que no podrás tratarme como si nada.

Al final, se trata de eso, de que tú vuelvas a ser la de siempre. Y eso no va a pasar. Si todo es como antes, ellos podrán quejarse de sus chorradas sin considerar que nuestra escala de problemas no tiene nada que ver con la suya. Así que, si necesitas que esté bien para poder contarme una parida que te agobia no sé por qué, te jodes, búscate al interlocutor adecuado.


En ese afán de recuperación exprés, a mí me han soltado las siguientes perlas:

  • Quitando tus revisiones trimestrales, tú estás bien. Vamos, yo te veo estupendamente.” Dicho por una señora que recurre al Orfidal por el estrés que le supone su mamografía anual estándar. Alucino. ¿Cómo es posible que banalice hasta ese punto mis pruebas cuando ella, que no tiene nada, está 15 días hecha un manojo de nervios? Desconozco los entresijos del cerebro ajeno.
  • La verdad es que me dejaste tirada y yo estaba desbordada de curro.” La realidad era que me prorrogaron la baja, juicio mediante, y no tuve más remedio que ir a la oficina para no perder mi puesto de trabajo. Fue un mes, mientras se arreglaba el asunto, y me reincorporé dos después. “Mira, no estaba de vacaciones, estaba de baja. Así que si estás enfadada conmigo, creo que tienes un problema bastante serio.”, respondí yo. Pero fue capaz de decirme semejante estupidez sin despeinarse.
  • Tampoco es que tú estuvieses muy pendiente cuando mi madre -de 80 y pico palos- se puso enferma. Ya sé que tú estabas con tu separación, el cáncer y que a tu padre –de 60- estaba rondándole la muerte pero es que sólo me llamaste un par de veces.” Creo que no hace falta añadir nada.
  • Quitando lo de tus hermanas (que se han tenido que quitar las tetas por la mutación del gen BRCA1), tú ya haces vida normal. Es que todos tenemos nuestros problemas, ¿sabes?” No veas, normal de cojones. Y los problemas, igualitos...
  • Tú no eres madre soltera, eres madre separada. Es que no haces más que decir que eres madre soltera y no es así. Madres separadas hay muchas y no es lo mismo.” Yo me paso horas muertas diciéndolo. De hecho, me he hecho una chapa para recordárselo cada vez que se cruce conmigo. Claro, y que se separan con bebés de 5 meses y tienen un cáncer a los dos, hay a patadas. Somos millones pero vivimos en las alcantarillas para que no nos vean.



En fin, que hay gente para todo. Pero allá cada uno con su conciencia. Si eres capaz de decir semejante sarta de estupideces, de actuar como un cobarde, de no dar la cara, no te extrañe tener un nudo en el estómago. Y no se llama estrés, es culpa.

25 julio 2013

Humor Ultra Black.

En casa siempre nos ha gustado el humor negro –el extremadamente chorra y absurdo, también- pero, en este periodo de goteo constante de sustos y desgracias, nos hemos vuelto las auténticas reinas del ultra black.



Una mirada ajena podría pensar que somos insensibles o directamente gilipollas, como si no nos estuviésemos dando cuenta de la seriedad de lo que acontece. Resulta que es justo al revés. Reírte de lo que está prohibido, de lo que no tiene ni puta gracia, de lo que es tan triste que sólo puedes llorar, de lo amargo, de lo oscuro, es terapéutico. Descojonarte cuando la única alternativa es el llanto infinito no es una mala opción.

Tenemos comprobado que el humor mega ultra súper negro tiene sus ventajas. Puedes hablar de tus miedos más fácilmente. No hace falta una gran conversación, sueltas una buena burrada y ya está dicho. Los demás, veremos la apuesta y trataremos de subirla. Así hasta que alguien haga un órdago, la coña insuperable, el comentario macabro supremo. El tema ha sido tratado pero la sensación que queda es más de alivio que de pena. En cualquier caso, echarse unas buenas risas a costa de un tema escabroso no deja de ser algo similar a pasar un buen rato. Y si encima terminas con agujetas en la tripa, es la leche.

Sirve también para que te vayas familiarizando con el drama en cuestión. Es importante decirlo, pronunciar la palabra cáncer. A base de ir haciendo pequeñas coñas, te vas acostumbrando a escucharlo, lo vas interiorizando. Comienza a estar presente pero su simple mención no te desequilibra.

Y tu entorno se habitúa a oírlo y, sobre todo, aprende a darle el enfoque que te viene bien, el que necesitas. Si hablas con naturalidad y te ríes de algunas cosas, sabrán cómo tratar el tema. Y es positivo para todos. Ya sabemos que es un drama, ahora, seguiremos adelante. Yo he chantajeado vilmente a mis amigas para que me detallen algunos secretillos:
- Joder tía, cuéntamelo que tengo cáncer.
- Eres puta.
- Lo sé, pero ya estás largando.
- ...
- Como no lo sueltes, me quito la peluca.
- Venga, vale. Pero eres una cabrona.
Y no hemos dramatizado. Nos hemos reído. Le hemos quitado hierro.


Así que, nada de ofenderse con el humor negro. Puede no hacerte gracia pero es sólo una broma. Cada uno afronta sus temores como puede y a nosotros el humor negro nos ha venido muy bien. Una buena salida a nuestros temores.


La anécdota de humor negro

Lo inoportuno de una situación no te salva de una carcajada. Aunque no quieras, saldrá sola. Y precisamente porque luchas contra ella, tiene una fuerza que la hace incontrolable. Y ahí está, dejándote en mal lugar, esa risotada imprevisible y descolocada.
En el funeral de mi tío, entre réquiem y marcha fúnebre, sonaron unos cuantos compases de “Hacia Belén va una burra, rin, rin...”. Desconcierto generalizado, miradas cómplices de sorpresa y, claro, la inevitable risa entre las lágrimas. Por lo menos no fue “Borriquito como tú, tururú...”.
En su entierro, el ataúd no entraba en la fosa. Más de un cuarto de hora para conseguir meterlo. El número de colaboradores fue creciendo a medida que pasaba el tiempo. Al final, se consiguió, pero seguro que ninguno de los asistentes se imaginaba manos a la obra, colaborando en semejante tarea.

Y dejó su impronta hasta el final.



22 julio 2013

Claves del nudista de pro.

El verano permite la observación, de nuevo, de un género desconocido el resto del año.
Las playas más tranquilas (normalmente de dimensiones reducidas) suelen ser mixtas; hay gente en bañador, tías en topless, peña en bolas. Pero existe una clase muy concreta de asiduo a este tipo de arenales: el nudista de pro. Nada tiene que ver con el simple hecho de estar desnudo, es más bien una postura vital, una forma de vivir -el verano-.

Son fácilmente reconocibles porque, básicamente, es imposible no verlos. Su misión, no pasar desapercibidos. Se trata de que el resto de la playa se dé cuenta de que han decidido prescindir del bañador sino, no tendría gracia.


Para ser un nudista de los genuinos es necesario:



- Realizar todo tipo de actividades. El auténtico nudista será aquel que esté en perpetuo movimiento. Jugará a palas o a fútbol, correrá por la playa, montará una tienda de campaña con tres millones de clavos, buceará con gafas y aletas (solamente), paseará sin cesar. Se trata de mantener el cimbrel basculando constantemente.

- Elegir una playa rodeada de rocas, piedras, colinas escarpadas, que les permitan vivir una aventura. Calzarse las playeras (únicamente) e ir de excursión, explorar el agreste entorno, encaramarse a cada desnivel del terreno. Aprovecharán para ir en grupo, todos escalando en fila india, uno detrás de otra, delante de uno. ¡Qué gran desfile!

- El bañador sobra pero el resto de cosas son fundamentales, básicas. Toalla, colchoneta, tienda de campaña, nevera, radio, camping gas, palas, kit de buceo, balón... Desnudos, sí, pero de hippies nada. He visto montar jaimas dignas de un emir. Además, da mucho juego, clavo por aquí, martillazo por allá, estira esta cuerda, agáchate, ponte de pie, de rodillas, en cuclillas...

- Buscar siempre algo en la mochila, obviamente la postura predilecta será a cuatro patas. Un buen nudista, a diferencia del resto de gente, nunca encuentra nada y la búsqueda será siempre con el culo en pompa. De nuevo, seremos conscientes de su desnudez hasta la arcada y, de paso, podremos detectarle algún problema de próstata.

- Si eres fémina, fundamental tener la regla. No sé si las nudistas tienen el periodo cada semana, se ponen un tampón cada vez que van a despelotarse o sólo se quitan el bikini si están con la menstruación. El caso es que el cordoncito es un must. Su blancura reluce cual virgen de taxista.

- Hacer acopio de la mayor cantidad de vello púbico posible. Su operación –no- bikini debe comenzar en enero para que dé tiempo a que el rizo crezca y se encrespe hasta formar un matojo tupido y alborotado. Una buena nudista nunca jamás se depilará las ingles, aunque comiencen a la altura de la rodilla y se expandan hasta el ombligo. Esta idea es extensible a piernas y axilas, por supuesto.

- Tener perro aporta el toque definitivo. Estos grupos ganan mucho si van acompañados de 3 ó 4 chuchos hiperactivos. Quedan geniales todos en harmonía naturista, compartiendo desnudez, toalla, pulgas o plato.


Sí, somos seres libres pero vivimos en sociedad y compartimos espacios. Así que si me molesta la radio a toda caña en la toalla de al lado, descuidarme y encontrarme un culo peludo a escasos centímetros de mí no me hace especial ilusión. Y, nos ha jodido, a mí también me gustan las playas tranquilas, solitarias, en las que apenas hay ruido. A ver si los únicos listos van a ser los que se despelotan. ¡Viva el verano!

18 julio 2013

Los tacos.

Soy muy malhablada. Necesito soltar tacos. Forman parte de mi lenguaje, de mi vocabulario. Los requiero para expresarme correctamente (no con corrección, obviamente), para transmitir el mensaje que quiero hacer llegar a mi interlocutor. No puedo prescindir de ellos. No encuentro sinónimos capaces de decir lo mismo sin resultar soez. Soy incapaz de dar con la palabra alternativa que consiga trasladar la euforia, la sorpresa, el desconcierto, el enfado, el disgusto o la pena que siento con tanta rapidez y claridad que con una buena palabrota.


Todo esto viene de familia, claro. Es educacional, aprendido y aprehendido desde la más tierna infancia.
Mi padre se caga en la puta virgen varias veces al día desde que tengo uso de razón. Además, es muy frecuente que esté hasta los cojones.
A mi madre la persona que desatina le parece gilipollas o cabrona. Lo aburrido le ha resultado toda la vida un coñazo. Y la gente no es mala, es hija de puta.
Las expresiones estrella de casa han sido siempre “¡Joder!” y “¡Coño!”. Son tan polivalentes; muestran asombro, dolor, susto, alegría, pena, hartazgo, admiración... Un sinfín de cosas en las que hacer hincapié y que se solventa con un par de sonoras sílabas.


Como no podía ser de otra manera, el resultado han sido tres hermanas que se expresan con claridad diáfana y muy poca finura.
Mi Hermana antepone un “puta” a cualquier sustantivo. Finaliza cada frase con el clásico “¡Joder!”. En sus oraciones, el número de epítetos puede llegar a igualar el de sustantivos.
HermAna se decanta más por la blasfemia en estado puro –su ateísmo militante tendrá mucho que ver, supongo-. El resultado, un buen “Me cago en Dios” y un “hostia” coronando sus enunciados.
Yo suelo estar hasta los huevos, hasta los cojones y hasta el coño. Es habitual que lo complicado me resulte jodido y mi malestar se transforme en jodida. Las cosas que me entusiasman o me dejan estupefacta me parecen la polla.


El problema empieza ahora que tenemos testigos diminutos. Están capacitados para detectar el mal a kilómetros de distancia y arden en deseos hacerse con él.
Mi sobrino, a la tierna edad de dos años, dice “¡Cojones!” y “¡Joder!” con pronunciación y soltura adulta. Es capaz de colocarlo en el momento preciso para poner de manifiesto su total desacuerdo. No se pueden utilizar mejor.
Mi hijo, con una dicción algo más torpe, ya dice “¡Coño!”; el sonido sería más bien “¡Ooonnnio!”. Pero no hay duda, “¡Mamá! ¡Que no! ¡Ooonnnio!” es lo que parece. Sospecho que trata de utilizar joder pero está todavía pendiente de confirmación.


Puedo intentarlo pero sé que jamás encontraré la liberación y el desahogo que me proporciona una buena palabrota. Son tan redondas, tan sonoras. Su simple declamación es terapéutica. Después de un “¡Cabrón!” me quedo más relajada, algo del rencor que sentía se fue con el taco.

Y si los franceses prefieren el castellano para dar rienda suelta a su ira, por algo será. A mí un “con” también me parece una mierda de insulto.

15 julio 2013

Contra la democratización del short.

¡Al fin ha llegado el verano! Corolario, desnudémonos sin pudor.

Con el retorno de esta estación y los calores, los complejos desaparecen. A enseñar carne. Todo vale...

El termómetro alcanza los 20 grados y hordas de tías se lanzan a la calle en shorts, shorts diminutos, algo minúsculo, lo mínimo, “En bragas vas más tapada” e incluso “¿No te has depilado las ingles, verdad?”.

Ir paseando por la calle es todo un espectáculo visual. No doy abasto para retener, fisgar, fichar y, llegado el caso, flipar y descojonarme con todo lo que acontece ante mis asombrados ojos.


Es que no estoy en absoluto de acuerdo con la democratización del short ni de su versión radical: el minishort. He aquí los tipos de usuarias más extendidos.


La pandilla adolescente
El grupo de quinceañeras uniformadas, peleándose por quién es capaz de lucir el trozo de tela más ridículamente pequeño. La ganadora será aquélla que haya conseguido salir de casa sin supervisión de sus progenitores (sobre todo de la figura paterna).
Es en este tipo de bandas donde se ven las prendas más atrevidas, algunas rayan lo extremo. Cortes estratégicos y circulares que dejan medio culo al aire. Cinturas tan bajas que el Monte de Venus tiene tanto misterio como el Pagasarri un domingo soleado. Vello púbico asomando entre los muslos; “¡Joder tía! ¡Por lo menos pásate la cuchilla!”.


El punto a favor es que son jóvenes, mucho, y suelen tener el tipo adecuado para enseñar cacha, cachete, tripa, teta.... Si alguien puede llevar minishorts, son ellas. Pero claro, como adolescentes inconscientes, se les va de las manos el asunto y acortan, remangan, suben dobladillo y enseñan hasta mostrar alegremente el coño. ¡En fin! ¡La pubertad!


Las trendsetter que no tienen la talla
Efectivamente, el short -y más aún vaquero- es ya un imprescindible en todo armario fashion que se precie. Las webs de tendencias cool, street style y trendsetters del mundo entero hacen apología de esta prenda. Nos muestran sus mil y una combinaciones en post tipo “¿Cómo llevas tu minishort?”, “El short IMPRESCINDIBLE”, “Las celebs y sus shorts”, “Short para el día y la noche”.
Y, claro, tienes tu blog de tendencias o te flipa ir a la última y acabas cayendo. Sin pensar demasiado en tus contornos ni en la largura de la prenda, ni en lo apretado, ni en si vas a la oficina o a la playa...
Pero, sintiéndolo mucho, no eres modelo. Eres una tía normal que se hace fotos con trapos guays. Tus muslos no tienen por qué aguantar tres centímetros de tela con dignidad. La celulitis se ha podido dejar caer por tus piernas y mostrarla alegremente no es una buena idea. Tu IMC tiende a cero y verte da repelús.


Así que, al verte en la pantalla de mi PC o paseando por la calle tendré sensaciones encontrada. Un único pensamiento positivo “Te lo has currado...” y luego, cruda realidad “pero, descaradamente, ¡esto no es para ti!”. Añadiremos algo de vergüenza ajena. Y, para terminar, una pizca de mal rato por el ridículo que siento que estás haciendo.




Las demasiado tolerantes con sus formas
El short está en todas partes, en cada tienda, en cualquier color, largura o apretura, para todos los presupuestos. Te avasalla desde las tiendas y los estantes “¡Cómprame! Soy el short, estoy de moda y me tienes hasta en la talla 46.
Pues mira, no puedes. Discrepo. De forma muy contundente. Si pesas 95 kilos, no vayas enseñando muslazo y celulitis. Ponte algo que disimule un poco tu tamaño. No es vergonzoso pero tampoco vamos a hacer una fiesta, ¿no?


Si pesas 3 kilos, más de lo mismo. Intenta ahorrarnos, por favor, el show biafreño de tus canillas escalofriantes y huesudas. Dan bastantes ganas de alimentarte por sonda naso-gástrica.


Con los shorts, se ha perdido el criterio, están ahí, sí, pero no son para todas. Ni de coña. Como los leggins, los tops ombligueros (yo diría que para nadie), las minifaldas, los pantalones pitillo...

Y yo, sintiéndolo mucho, estoy a favor de los complejos. Un complejillo a tiempo, en la medida justa, que no te condicione la vida pero del que seas consciente, te hará ganar puntos. Te esforzarás por disimularlo, escogerás mejor la ropa, aprenderás qué te favorece y te sienta bien y qué tienes que evitar a toda costa. Te sacarás partido. Te verás mejor. Y no harás el ridículo.


Confucio


11 julio 2013

El clavo ardiendo.

Cuando todo se desmorona, ¿a qué te agarras?
A ellos.

08 julio 2013

El pollo que me ahorro.

Los días complicados, en los que la criatura está insoportable, llorona, desobediente, con pataleta por minuto, protestando con cada cambio de actividad (no quiero baño, no quiero salir del agua, no quiero cenar, quiero espaguetis, no como yogur, no pienso lavarme los dientes, a la cama no…) es cuando veo el vaso medio lleno -lleno entero-. Es en esos momentos, o más concretamente en los inmediatamente posteriores, cuando no contar con el otro progenitor tiene alguna ventaja.


Por supuesto que lidiar con esto sola es una mierda, pero compartirlo es un asco igualmente. Porque hacerlo entre dos no simplifica la tarea. Todo el mundo termina de mala hostia. El niño puede con mamá, con papá, con abuelos, primos, tíos y, llegado el caso, con un equipo de rugby al completo. Así que, mientras más gente esté implicada en el tedioso proceso, más mal humor habrá en el ambiente.
Porque no aguantas más, tienes los pelos de punta, la tensión acumulada en los últimos momentos de la jornada es tal que podrías hacer de lámpara de araña en el techo de tu salón… Y si lo haces sola, puede que consigas mantener el tipo hasta acostar al diablo. Entonces, ahí se acaba todo. Conseguido. Fin del momento maternidad hasta mañana.

Si tienes pareja, la cosa cambia… Empieza otra batalla. El cansancio, los nervios, la mala leche están pidiendo a gritos una vía de escape. Y eso es lo que va a haber: gritos, chillidos, voces y rugidos de todos los colores. Un buen pollo de pareja, vamos. Y ésta es la parte que me ahorro.

Soy consciente de que estoy de un humor de perros, no me aguanto ni yo, me caigo mal, estoy insoportable. Pero no puedo hacer nada. Me tengo que tranquilizar, respirar hondo y esperar a que amaine mi tormenta interior. Y al final, se termina pasando (tampoco es que tenga trillones de alternativas…).

Si hubiese alguien a mi lado sé que cobraría. Tengo la absoluta certeza de que tendría una bronca monumental. Encontraría el motivo, cualquiera, e iría a por todas. ¡Que corra la sangre! Alguien tiene que pagar el pato… También estoy segura de que sucedería en la otra dirección, él está hasta las narices y necesita igualmente descargar. Y, obviamente, yo sería su mejor opción. La enganchada está garantizada y el final no es en absoluto halagüeño… Así es como un momento malo como padre termina con una noche con pollo marital. Y esta es la parte que me ahorro.


Tengo una última idea, una alternativa que no he llevado a cabo todavía pero que, cada vez, se torna más probable. La solución cuando la mala leche se apodere de mí. Cualquier día de éstos cruzo el rellano y le toco el timbre a mi vecino “Hola, buenas noches, ¿te importa si te echo una buena bronca? Verás, es que he tenido un día infernal y necesito pagarlo con alguien y como vivo sola, pues no sé con quién. ¿Te molesta mucho si te monto el pollo que necesito?”.



04 julio 2013

Mutación en suegra abuela.

Tengo la teoría, avalada por el 100% de los casos y con una muestra cada vez más amplia, de que las suegras enloquecen cuando se vuelven abuelas.

En realidad, todos los padres se zumban un poco con la llegada de la tercera generación pero, en estos casos, la transformación es mucho más radical. No importa el formato de suegra que tengas (la pérfida, la bondadosa, la viuda, la pasota, la chantajista), el nacimiento las mutará en seres avariciosos de infancia. Y vuestra relación se tensará, mucho.



He identificado una serie de comportamientos que, indefectiblemente, se dará en estas señoras tras tu alumbramiento

Minutaje del tiempo invertido con cada familia.
Comenzará una medición escrupulosa de los segundos que pasa el niño con cada una de las ramas. Y un pormenorizado análisis de los desequilibrios.
El simple hecho de tener un hijo parece obligarte -siempre según su criterio- a un reparto salomónico de las horas de vida del infante. Por supuesto, estarás muchísimo más tiempo con tu familia. Evidentemente. Las cifras no son siquiera comparables. Es tu baja, tu hijo, tu tiempo y, si normalmente no la elegías a ella como compañía, ahora tampoco. Es así de simple, lógica aplastante.



Coacción.
Comienza la guerra psicológica. Van a taladrar a los papás de la criatura con chantaje emocional de mercadillo:
- “Somos abuelas de segunda clase.” Porque tú pasas más tiempo con tu madre que, casualmente, también es la abuela. Y, sí, son abuelas b), las hijas tiramos para casa. Si tienes suerte, tendrás una cuñada (sangre de su sangre) que se ponga a darle nietos tipo a).
- “Claro, como yo apenas le veo...”. Típica frase que soltará cada vez que haya una anécdota nueva relacionada con el bebé. Como es una primicia (que le ha contado el feliz papá), no la ha visto aún, obviamente. Pero nunca habrá comentario en positivo “¡Qué ganas de verlo!” (también nos sacaría de nuestras casillas, pero como no la dice...), mejor cuña de maldad.
- “Normal, es que no me reconoce.”. Como el niño llore en sus brazos, no te libarás del pildorazo, aunque con dos semanas de vida resulte imposible, tenga hambre o sueño o caca o, de verdad, no tenga ni idea de quién es esa vieja.
  


Acoso telefónico.
Empiezan las llamadas. Pero directamente a ti. El intermediario, que ha sido siempre su hijo, se vuelve una figura prescindible. Da igual qué tipo de relación hubiese antes, si hablabais o no, tu maternidad les da derecho a abrasarte a cualquier hora.
Pero si es sencillo llamar, más fácil es no contestar. Nunca.



Persecución.
Si su insistencia telefónica no da los frutos esperados, darán contigo en la calle. Se enterarán de tus rutinas y ¡zas!, ahí estarán. Al doblar una esquina. En el supermercado. En el parque. Cerca de casa de tus padres aunque tengan que hacer tres transbordos de autobús y dos de metro. Saben tus pasos, conocen tus movimientos y se han propuesto encontrarte (bueno, a ti no, a tu hijo).
Además, han perdido cualquier clase de filtro (si es que lo tuvieron, esto dependerá de la tipología suegril) y les importa un comino si estás de paseo familiar, en el parque con tus amigas, tomando un café con compañeros de oficina. Ellas se van a quedar.



Intrusión.
Se acabó preguntar antes de venir. Mucho mejor plantarse directamente en el portal y timbrazo al canto. No hay que descartar que se presente, además, con unos cruasanes, el pan o el periódico. Nada excesivamente currado, lo justo para no aparecer con las manos vacías. Esta parafernalia complica enormemente una queja formal a tu pareja. Y ella lo sabe. Así que son las 8 de la mañana de un domingo y tienes a la señora en tu casa desayunando el bollo que ha traído con el retoño en brazos y toda la mañana por delante... ¡Buena jugada!



Realmente, me da pavor observar esta metamorfosis. No falla, les sucede a todas. Así que, muy a mi pesar, todo indica que me volveré un auténtico coñazo cuando sea suegra y abuela.
  

Y quiero aprovechar para mandar, desde aquí, un mensaje a mi futura nuera. Lo siento mucho, me di cuenta y no supe remediarlo. Pero no lograrás escabullirte, daré (contigo y) con mi nieto...
 
 

01 julio 2013

Mi clase del hospicio.

¡Lo consiguieron! ¡Todas mis amigas de la inclusa triunfaron en el mundo de la moda!

La web de COS nos presenta el muestrario de tías grises más amplio que haya visto jamás. No sólo no desatan ninguna clase de instinto consumista, sino que consiguen que la simple idea de adquirir cualquier cosa me entristezca profundamente. Al final, y para quitar este hondo pesar, he apadrinado a dos chicas: María Teresa y Asunción.


Me desconciertan mucho estas imágenes. No entiendo cuál es el propósito de COS al utilizar estas fotos tan depresivas. Vale que una camiseta no te vaya a hacer más guapa y conseguirte una panda de amigos guayísimos, unos planes increíbles, un pelo liso y sedoso, días soleados aunque no excesivamente calurosos… Pero ¿no es esto irse al otro extremo?




A las modelos les sienta la ropa de pena, como un saco. Parece un uniforme diseñado por una estricta directora de escuela católica reprimida y opresora. También podrían ser el cuerpo de profesoras de religión del susodicho colegio. No sé, a mí me inspiran culpa y cilicio.






Están tan poco favorecidas que parecen feas. El maquillaje de cara lavada (mala cara), el pelo tirando a sucio, esa palidez enfermiza, los pies zambos, los brazos colgando, las piernas separadas… El conjunto es de mal aspecto y de tener algo de hígado.
 



Están tan tristes. Son lánguidas, mustias, con un principio de depresión en algunos casos.



Su extrema seriedad roza el mal humor. Resultan bastante antipáticas; podrían soltarte un borderío sin pestañear. Si el casting hubiese sido para dependienta de COS, el de Recursos Humanos habría echado para atrás su currículum nada más ver la foto. Pero como es para modelo, pon cara de mala hostia tranquilamente.



Para terminar, el lookbook de esta tipa. Me alucina, me tiene cautivada. No sé si ponerle un par de velas y rezarle un avemaría, darle una guitarra a ver si se arranca con un “DOn, es trato de varón...” o pedirle el teléfono de su representante, si lo ha conseguido con ella, nos lanza a todas al estrellato.




Al final, no sé ni qué venden, cuánto cuesta, qué colores, si está de rebajas, les queda mi talla… Es que no he dedicado un solo segundo a mirar la ropa, tan flipada estaba yo con lo que acontecía en la pantalla. En mi mente sólo han quedado, grabadas a fuego, las pintajas de las modelos.

Mejor me paso por la tienda a ver directamente el género, que me atiendan las cuidadosamente seleccionadas y sonrientes dependientas y a ver si cae algo, porque me gusta la ropa de COS, a pesar de su percha.