A la gente no
le gusta las desgracias ajenas. Que sucedan cosas terribles en un entorno
cercano les hace conscientes de su propia vulnerabilidad. Si te pasa a ti, les
puede ocurrir a ellos, obviamente.
La huida es un
comportamiento muy común (con mi padre y mi madre ha sido flagrante). No es
sorprendente encontrarte con amigos que desertan, que pasan de ti, que dejan de
llamar, que desparecen de tu vida. Justo cuando más los necesitas, se esfuman.
Parece extraño, pero es real. Sucede tantas veces. Así que, al momento
complicado que estás viviendo, tendrás que sumar la enorme decepción que supone
ese abandono con el que no contabas.
Es recurrente también
que el entorno más lejano (compañeros de trabajo, por ejemplo) se despreocupe
por completo. Ni buscas ni necesitas su consuelo, pero sí una mirada diferente,
algo más empática. La conciencia de que has vivido algo extremo. Cierta
delicadeza en el trato.
Y, cuando las
aguas empiezan a volver a su cauce, todos tendrán una prisa desmedida por pasar
–tu- página. Jugar a que nada ha sucedido. Olvidar tu experiencia. Enseguida
soltarán “Pero tú ya estás bien, ¿no?”.
Pues, mira, no. He vivido una experiencia que ha vuelto mi vida del revés, así
que no podrás tratarme como si nada.
Al final, se
trata de eso, de que tú vuelvas a ser la de siempre. Y eso no va a pasar. Si
todo es como antes, ellos podrán quejarse de sus chorradas sin considerar que nuestra
escala de problemas no tiene nada que ver con la suya. Así que, si necesitas
que esté bien para poder contarme una parida que te agobia no sé por qué, te
jodes, búscate al interlocutor adecuado.
En ese afán de
recuperación exprés, a mí me han soltado las siguientes perlas:
- “Quitando tus revisiones trimestrales, tú estás bien. Vamos, yo te veo estupendamente.” Dicho por una señora que recurre al Orfidal por el estrés que le supone su mamografía anual estándar. Alucino. ¿Cómo es posible que banalice hasta ese punto mis pruebas cuando ella, que no tiene nada, está 15 días hecha un manojo de nervios? Desconozco los entresijos del cerebro ajeno.
- “La verdad es que me dejaste tirada y yo estaba desbordada de curro.” La realidad era que me prorrogaron la baja, juicio mediante, y no tuve más remedio que ir a la oficina para no perder mi puesto de trabajo. Fue un mes, mientras se arreglaba el asunto, y me reincorporé dos después. “Mira, no estaba de vacaciones, estaba de baja. Así que si estás enfadada conmigo, creo que tienes un problema bastante serio.”, respondí yo. Pero fue capaz de decirme semejante estupidez sin despeinarse.
- “Tampoco es que tú estuvieses muy pendiente cuando mi madre -de 80 y pico palos- se puso enferma. Ya sé que tú estabas con tu separación, el cáncer y que a tu padre –de 60- estaba rondándole la muerte pero es que sólo me llamaste un par de veces.” Creo que no hace falta añadir nada.
- “Quitando lo de tus hermanas (que se han tenido que quitar las tetas por la mutación del gen BRCA1), tú ya haces vida normal. Es que todos tenemos nuestros problemas, ¿sabes?” No veas, normal de cojones. Y los problemas, igualitos...
- “Tú no eres madre soltera, eres madre separada. Es que no haces más que decir que eres madre soltera y no es así. Madres separadas hay muchas y no es lo mismo.” Yo me paso horas muertas diciéndolo. De hecho, me he hecho una chapa para recordárselo cada vez que se cruce conmigo. Claro, y que se separan con bebés de 5 meses y tienen un cáncer a los dos, hay a patadas. Somos millones pero vivimos en las alcantarillas para que no nos vean.
En fin, que
hay gente para todo. Pero allá cada uno con su conciencia. Si eres capaz de
decir semejante sarta de estupideces, de actuar como un cobarde, de no dar la
cara, no te extrañe tener un nudo en el estómago. Y no se llama estrés, es culpa.