Hay algunas fronteras en las
relaciones que es mejor no pasar. Una vez que lo haces, los paseos al otro lado
dejan de ser excepcionales y se abren camino hacia la norma.
No importa si es amigo, pareja,
compañero de trabajo, jefe, madre, hermano, empleado, hijo. Dado el salto
-siempre hacia abajo, a peor-, se transforma en parte del lenguaje autorizado.
Ahora ya se puede utilizar con esa persona. Y lo harás, seguro.
Te puedes arrepentir del grito,
del desplante, del vacío o del insulto pero repetirás. Aunque no te guste esa
versión de ti, encontrará la manera de mostrarse. Se lucirá cada vez más a
menudo…
Ese terreno ganado -quitado- al
respeto es imposible desandarlo. No hay vuelta atrás. No sé por qué ocurre de
forma tan inmediata, sin embargo, creo que sucede siempre.
Ojalá pudiera tener el cuidado
necesario para nunca dar esos pasos. Ojalá supiera cómo mantener ese espacio inmaculado.
Eso es casi como pedir el Ctrl+Z, el Undo para la vida real... Habrá que conformarse con saber todo esto que tan bien cuentas, para hacerlo poco, para hacerlo menos...
ResponderEliminarTan acostumbrados a deshacer si nos equivocamos (flechita a la izquierda y, ¡hop!, como si nada), necesitamos uno.
ResponderEliminar¡Qué difícil me parece no hacerlo! Supongo que darse cuenta es un pequeño avance.
lo de la piedra lanzada y la palabra suelta, no tienen vuelta (o algo así)
ResponderEliminarMás razón que un santo, Alele.
EliminarY si no es así, incluiría tu versión en el refranero español.
Me gustan esas pequeñas dosis de sabiduría cotidiana que sin duda todos tenemos, pero que tú expresas tan bien.
ResponderEliminarY sí, qué poco cuesta cruzar las líneas... y cuánto volver de ellas. Y se aplica a todo.
De vez en cuando hay que sacar a pasear al filósofo de pacotilla que llevamos dentro. Ese día, tocó.
EliminarY, Mac, tengo dudas sobre la posibilidad de volver al punto de partida, creo que es un camino de sin retorno.