Los
niños necesitan castigos. A veces, lo piden a gritos –literalmente- y, otras, se
lo merecen porque se está portando de puta pena. No te queda más remedio,
tienes que hacerlo. Hay que enseñar que eso no se hace, que las acciones tienen
consecuencias y todo lo que ya nos sabemos de memoria los progenitores. En eso
consiste educar, claro.
La
movida es que luego tienes que llevarlo a cabo. Hasta el final. Y ésta es la
parte complicada.
El
proceso suele ser el siguiente. Voy quitando los juguetes uno a uno, a ver si
cuela. Pero no, él casi nunca para hasta que han caído todos sus
entretenimientos favoritos. Y mi castigo es siempre hasta el día siguiente “Como sigas así, te quedas sin
coches. Cuento 3. ¡Una! Te aviso que como llegue a 3 y no te hayas levantado
del suelo te quedas sin los coches, ¿eh? ¡Dos! O te levantas ahora o ya te he
dicho que no vas a jugar hoy con coches… ¡Y tres! ¡No hay coches!” Seguimos
en el suelo y ahora el berreo ha subido unos cuantos decibelios. Está más
encabronado y con más ganas de dar por saco y desobedecer que antes. Toca
repetir proceso. Hasta que lo consiga. Es un auténtico coñazo.
Sin
embargo, la peor parte está por llegar. Y ésa me la voy a jamar yo solita. Son
las 5 de la tarde y me he quitado, de un plumazo, todos los recursos a mi
alcance para que la criatura pase el tiempo. A esto hay que sumarle el llanto
desconsolado cada vez que le recuerdas que no tiene acceso ni a Rayo McQueen y
su cuadrilla, ni a los aviones, trenes, televisión, iPad, legos… ¡Coño! ¡Si no
me queda nada! ¿Qué cojones voy a hacer durante tantas horas?
Y
tengo un diálogo interior muy esclarecedor después de gritar “¡Castigado!”:
- ¿Quién?
- ¡Hostias! ¡Yo!
Mucha
educación –buena, intento- pero el infierno es tuyo. Son tropecientas horas de niño enfadado, aburrido y sin juguetes a su alcance. Y sé, que si no
te mantienes firme, no habrá servido de nada el mal rato pasado, los gritos
invertidos, la paciencia agotada. En cuanto cedas, la victoria será suya. Tú
serás un pardillo y ellos interiorizarán que a base de insistir, se vence. No
son listos ni nada para tomarte la medida. Y la próxima vez, te costará el
triple de esfuerzo.
Al
final, termino haciéndome trampas al solitario. No le dejo ninguna de las cosas
prohibidas pero busco algún entretenimiento paralelo para matar el tiempo y que
yo pueda salir viva de semejante fregado. Así que podemos pintar, leer un
cuento, jugar al escondite o hacer un puzle.
Porque
aunque le castigue sin sus cosas preferidas, no soy gilipollas y me dejo
siempre una salida.
Nosotros últimamente estamos castigándonos sin salir de casa en toda la mañana. Una linda encerrona post-rabieta, bien apretaditos en casa, al calor del hogar...
ResponderEliminarMenudo castigo bueno para toda la familia. ¿Se puede saber qué has hecho para merecerte semejante reprimenda?
Eliminar