En
este afán por denunciar, desenmascarar y criticar que me acompaña últimamente,
hoy van a cobrar los niños rapaces que habitan los parques de nuestras ciudades.
Descendientes
directos de progenitores huevones, estas criaturas arramplan con cualquier juguete
ajeno que se cruce en su camino. Persiguen a su inocente presa durante minutos –mucho
tiempo en vida de adulto, como multiplicado por 7 o así- hasta que el propietario,
inferior en años y tamaño, se rinde por agotamiento. El niño alfa tomará
posesión del nuevo artefacto y no lo soltará hasta que intervengas.
Cuando
las hordas de buitres han terminado con nuestras existencias jugueteras, decido
mediar, quitárselo al mocoso que no conozco de nada y devolvérselo a mi hijo,
sangre de mi sangre, que llora desconsolado.
Se pueden contar aquí 7 niños rapaces.
Y
el problema no es del chaval, que no es más que un renacuajo, sino de sus
padres. Son unos pasotas, unos jetas, hasta alcanzar cotas inconcebibles para mi,
tal vez demasiado estrecha, mente.
Lo
primero que no entiendo es por qué no se dignan a traer un puto coche al niño.
Yo siempre llevo alguno en el bolso, en su mochila, en un bolsillo del abrigo.
No abultan nada, le encantan, le entretienen. Forman parte del kit de
supervivencia con el que salimos de casa. ¡Colega, tráele uno y que no dé la
matraca a los demás!
Tampoco
comprendo cómo no les da apuro que su hijo ande haciendo llorar, zurrando, mangando
e interrumpiendo la tranquilidad, no del niño, sino del adulto responsable. Está
comprobado que si existe un intercambio de juguetes, no habrá pelea, llegarán a
un acuerdo satisfactorio para ambas partes. Si hay pollo, es que el nuevo se ha
plantado ahí con las manos vacías y ganas de llenarlas.
Una
ley no escrita es que los padres del gorrón no harán acto de presencia jamás. Esto
se cumple siempre. No sólo no vas a saber quiénes son, es que te llegas a plantear
seriamente si ha venido solo al parque. Se te hace un poco pequeño pero con
semejante desenvoltura infantil y tamaña falta de supervisión adulta, vaya
usted a saber…
El
mangui carece, pues, de adulto que responda de sus actos así que, sin verlo
venir, te acaban de encajar un niño tocapelotas toda la tarde. Y lo mejor es
que sí te sientes responsable de su bienestar. No le vas a dejar que se parta
la crisma delante de tus narices por muy capullos que sean sus (des)cuidadores.
Así que acabas adoptando al infante conflictivo, que no te cae demasiado bien –no
todos te tienen que parecer majos porque sean pequeños- y que, encima, zurra al tuyo.
Una jugada maestra, no sé cómo he podido hacerlo tan rematadamente bien.
Y
lo mejor es que el cabrón del chiquillo robará el juguete bueno, que de los malos
de plástico del chino tiene ya un montón en casa. Tampoco encontrarás a nadie
que venga a devolvértelo. Nadie se preguntará de dónde ha salido y eso que nunca
bajas ninguno a la calle, que se pierden y se los llevan.
Y
así todas las tardes…
Otra perspectiva del nivel de buitreo infantil.
Así
que estoy cansada de ser la pardilla que lleva los coches. La que anima a su
hijo a compartir mientras el resto se dedica a quitar sin dar nada a cambio. La
suministradora del parque. La dealer de
juguetes. ¡Se acabó! Si los padres no traen nada, que se jodan y vayan a comprarle
uno al pobre chiquillo. Sólo se los dejaremos a los niños con ganas de jugar, de compartir y cuyos padres se hagan cargo de lo importante que es su aportación en la frágil convivencia infantil. Y, por supuesto, a los hijos de mis amigos pero, claro, ellos
siempre traen un saco lleno de cosas guays para entretener a nuestra creciente prole.
¡Dí que sí! En estas situaciones a mí me sale la vena justiciera...es que me voy calentando mientras observo la escena sin identificarme como madre de la víctima, esperando que los padres aparezcan y además le transmitan a su hijo un par de mensajes pedagógicos...Como no suele pasar ni una cosa ni la otra, bien acabo marcándome un "speech" al niño bien haciendo algún comentario pedorro a los padres (a estas alturas si aparecen ya estoy fuera de sí, qué horror). Ay...incluso he intervenido cuando ni siquiera el inocente era hijo mío...
ResponderEliminar¡Qué bien lo cuentas Lola! ¡Súper gráfico! Buen jueves.
Pilar
Seguro que a un niño diablo le faltan miles de charlas pedagógicas.
EliminarPero demos tiempo al tiempo, querida Pilar Justiciera, ya llegará la adolescencia y se vengará por nosotras de todos esos padres pasotas. Sentémonos a esperar...
no tengo para olvidar la tarde en casa de tú hermana Ana cuando la vecinita consiguió hasta merendar dos veces!! y tienes razón, lo peor es que te sientes responsable de ellos!!
ResponderEliminarcomo siempre te as salido con el post!!!
¡Y la cabrona de la madre echando la siesta! ¡¿Pero cómo se puede tener tanto morro?! Que la niña era muy mona, muy salada y muy pesada para no ser nuestra.
EliminarLa peor en esa selva es la TIAAMIGA.....y mas si van dos tiiasamigas que no son madres nos calentamos es algo que no se puede remediar"Mira ese hijo de puta le ha quitado el rastrillo" y te acercas al pobre niño le arrancas literalmente el juguete y cuan negra de videoclip con uñas postizas le dices
ResponderEliminar" OYE Niño es que este juguete no es tuyo" (El OYE va en mayusculas porque es fundamental)....prometo que a los mios les enseñare que compartir es vivir y todo eso....LAM
¡Menudo miedito! Con semejante "¡OYE, niño!", yo te daría mis juguetes, la merienda, los Aspitos que me ha reglado la abuela, dejaría libre el columpio, el tobogán...
ResponderEliminareso se llama sobreprotección. Hay que aprender a frustrase, a que no te saquen las castañas del fuego, a distinguir a los cabrones de lejos... es lo mismo que le va a pasar cuando sea mayor... yo prefiero decirle que se defienda (con los labios cerrados en bajito: metele una ostia!)
ResponderEliminarEs una alternativa que valoraré seriamente.
Eliminar¿La hostia se la pueden llevar los padres huevones? Ésos son los que realmente me tocan las narices.