Lo
siento hombres del mundo, agobiados por ese calor sofocante en vuestras extremidades cubiertas y encerradas en sus zapatos, las sandalias* no son una opción para vosotros. Un pie sudado y atrapado en unos
calcetines será siempre la alternativa correcta (la otra opción sería uno
aireándose e igualmente pegajoso).
Verdad como un templo. |
Soy
consciente de lo difícil que resulta resistirse a la tentación, la oferta es
tan amplia y variada en sus formas y colores. Pero no os dejéis embaucar, ignorad
esos cantos de sirena provenientes de Arteixo, os llevarán irremediablemente a
pique.
Os
advierto también de su inteligencia y su tenacidad. No cejarán en su empeño,
están tratando de manipularos, de convenceros con sucias ardides. Quieren que
vayáis desnudando vuestros pies poco a poco, os acostumbréis a enseñar talón,
empeine y uña para que terminéis cayendo en sus redes. Sed cautos, ante la
duda, la respuesta es no. Un zapato de rejilla, uno trenzado, semi-cubierto, cangrejera…
Todo son lo mismo, un augurio de sandalia.
El
simple hecho de ponerse sandalias es una afronta; un guante lanzado a la cara
de una sociedad estrecha y superficial que no es capaz de comprender que pasáis
mucho calor, que no hay por qué estar incómodo y poco confortable, que no hay por
qué someterse al yugo de los convencionalismos y las normas preestablecidas.
Pero esas reglas existen, están grabadas a fuego en nuestro consciente y
subconsciente (incluso inconsciente vería yo a un tío en sandalias). Son inquebrantables.
Son buenos modales, no tendencias. Y al igual que como usando los cubiertos y
doy los buenos días en el ascensor, no uso el chándal para ir a la oficina y me
afeito las piernas si las voy a enseñar.
Mi
argumentación es fundamentalmente estética, casi óptica, y nada tiene que ver
con la moda.
Desde
un punto de vista clásico, me supone el mismo esfuerzo normalizar a un hombre
con falda que a uno con sandalias. Es ropa de mujer (exceptuando el kilt y hace
falta ser muy escocés), siempre lo ha sido y, de momento, siempre lo será.
Otro
punto a considerar sería el propio pie. Normalmente peludo, lleno de callos de
correr, uñas amoratadas de jugar a fútbol -y eso si están las veinte-, durezas
que convierten plantas en suelas… Un panorama desolador.
La
opción de un pie masculino sin ninguna de esas cosas me resulta sorprendente,
por lo inusual, lo femenino, rozando la pedicura francesa. Muy raro.
Lamentablemente,
mi mente es obtusa, terca. Yo no lo veo, las sandalias son cosa de mujeres.
Dicho
lo cual, que cada uno se ponga lo que le reviente.
* Quedan fuera de consideración
las chancletas que no tratan de ser más que unas tiras de goma para ir a la
playa -y todos los usos adicionales fuera de la reivindicación fashion y la
rebeldía estilística-.
Por más que cuento las uñas de los pies de los hombres, me salen diez tirando por lo alto... Y me meo con eso de que inconsciente verías tú a un tío en sandalias: te imagino tirada en el suelo, de borrachera, por ejemplo, pero con un ojo guiñadete, siempre avizor...
ResponderEliminarParece que se me ha escapado el número global de uñas del cuerpo. Bueno, un pie de tío puede tener una cifra rara, aunque 20 son demasiadas.
EliminarYo también me imagino despertando de un coma, por ejemplo, porque el señor doctor lleve sandalias.
Batalla perdida, no te digo más.
ResponderEliminar¿Tú crees, Alele? ¿En serio?
EliminarDetesto el tema sandalias y de hecho me da la sensación como de desnudez.
ResponderEliminarTal vez sea una gilipollez esto que digo, pero no estoy cómodo y me siento como si me faltara algo, no sé, es una sensación difícil de explicar.
No están hechas para cualquiera.
Tienes razón, te falta algo, un trozo de zapato.
EliminarOs acordáis de como llamaba papa a algunos tíos y daba igual que zapatos llevaran " sandalio" era un tipo de persona cada uno que se lo imagine
ResponderEliminarAhora, cualquiera puede ser un "sandalio", no como antes...
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