Hay
gente que no se arrepiente de nada. Pues yo sí.
No
tengo problemas de conciencia pero no me importaría haberme ahorrado los
errores. Ya sé que todos los fallos cometidos nos ayudan a aprender, nos
convierten en lo que somos ahora, nos hacen crecer… Pero tampoco vamos a hacer
una fiesta cada vez que metamos la pata, ¿no?
Porque
duermo plácidamente -bueno, no tan bien pero no viene al caso- y sin embargo me
despierto pensando en aquello que no hice bien. Me doy de cabezazos por tomar
una decisión errónea. Lloro por los fallos cometidos. Pido perdón (menos veces
de las que debería). Pago el precio de equivocarme.
Me
arrepiento todos los días de un sinfín de cosas:
-
De pegar un berrido a mi niño sin que sea para tanto. Luego le colmo de besos
para no sentirme tan cabrona. Pero le he reñido a destiempo y me pesa la culpa.
-
De cortarme el pelo y, por ende, de no haberme cargado al peluquero aquella vez
que lo pensé. Ahora toca aguantarse y vivir con el desaguisado y una coleta
hasta que crezca.
-
De cabrearme como una bestia y dejarme llevar por mi carácter latino/asesino. Toca
pedir perdón y, aunque me desdiga, dicho está. Como el daño, que también sigue ahí.
-De
hacerme la sueca cuando mi hijo está haciendo alguna trastada que debería
represaliar pero no me encuentro con las ganas suficientes ni para castigar ni
para ser consistente con lo que sea que le vaya a prohibir. Sé que no me estoy
ganando el premio de educadora del día.
-
De no haber hablado cuando pude y sea tarde para hacerlo. Cuántas veces me
habrá venido a la mente la respuesta elocuente y apropiada para dejar a un
maleducado (probablemente una vieja) mirando a la pared, sujetando un par de libros
y con las orejas de burro.
-
De llegar al punto en que mi nevera es un solar y recordar el momento exacto en
el que me pudo la vagancia y pasé de hacer la compra. Y a ver qué ceno hoy…
-
De ser vehemente y directa en lugar de sólo una de las dos cosas, que tiene
mucho mejor arreglo.
-
De no utilizar un factor de protección más alto y adecuado a mi palidez. Ahora
luzco el “moreno” inglesa: rojo y con marcas de tirantes que me acompañarán el
resto del verano.
-
De comer mal demasiadas veces, puré de verduras compensado con grasas saturadas
y carbohidrato de la mano del Príncipe de Beckelar. Menos mal que no me
encuentro extrañamente cansada y pospongo analítica. Venga, más culpa por hacer
eso también.
-
De comprarme algo y dejarlo en la bolsa de la tienda hecho un guiñapo justo
hasta que caduque la posibilidad de devolución. Y, encima, ahora le he cogido
tirria a esa camiseta y las probabilidades de uso tienden a cero.
-
De no haberme mordido la lengua porque me iba a envenenar. Y ahora soy una
víbora que se ha zampado al blanco y monísimo ratón. Me va costar digerir el
tema.
-
De remolonear en la cama aunque haga un sol radiante.
Es
muy difícil acertar. Metemos la pata, reconozcámoslo, arrepintámonos e intentemos
no repetirlo demasiadas veces. Y, sobre todo, confiemos en que todos nuestros
errores son compatibles con nuestros principios. Y, si no lo son, pues está más
jodido eso de dormir a pierna suelta.
A veces me pregunto como sería vivir sin arrepentirse de nada y sin remordimientos de conciencia.
ResponderEliminarIntuyo que más relajado pero qué sé yo.
EliminarMe consuela mucho leer esto.....veo que suecas, no sólo (jeje, lo digo por la tilde de sólo) hay en Suecia, pegar berridos a destiempo, soltar perrerías sin filtro en un momento determinado....no es exclusivamente mío¡¡ muy bueno
ResponderEliminar¡Somos millones las personas de semejante calaña! No te preocupes, no estás sola.
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