Tengo
sueño, mucho sueño pero…
Me
quedo leyendo en el sofá porque estoy súper enganchada a mi libro y, dos horas
después, sigo despierta y obligándome a parar cuando acabe el capítulo. Bueno,
el siguiente y lo dejo.
Voy
a escribir el post de mañana y estoy en blanco. No se me ocurre nada, no
encuentro tema, ni inspiración, ninguna idea en el horizonte, ni post escritos
para casos de emergencia. Los minutos se esfuman ante mi PC y mi documento de
Word vacío con un cursor inquisitorio.
El
Whatsapp está de lo más animado y, entre chat y conversación, foto y vídeo, ya
es demasiado tarde para que pueda considerarse temprano.
Acaba
de empezar una peli –generalmente bodrio o Cadena perpetua- que he visto 100
veces y, como es viernes y me vuelvo tolerante con mis planes, con ésta serán
101 y la puta hora.
Abro
Twitter y una parida me lleva a un chiste, una respuesta a un fav, una cuenta a
descubrir otra y a tragarme todo su historial de tuits hasta mucho más tarde de
lo previsto inicial e inocentemente.
Mi
cuerpo decide que las 9:00 del sábado es una hora estupenda para comenzar el
fin de semana, aunque haya cerrado todas las persianas a cal y canto con la
intención de dormir hasta reventar.
Me
entretengo con el blog porque hasta que cada foto no quede del tamaño exacto no
puedo parar. Y ser tan quisquillosa lleva su tiempo -y pasa volando-.
Mi
propósito de siesta dominical se va al garete viendo cómo quedará una casa en
Wisconsin tras una reforma cargada de imprevistos. ¿La amarán o la venderán?
Al
terminar mi última novela negra, empiezo la siguiente -me gusta tener siempre
un libro entre manos; de nuevo las manías…- y ¡mierda! ¡Ya me he vuelto a
enganchar al crimen!
Quiero
acostarme pronto. Estoy agotada. Necesito descansar. Tengo que cargar las
pilas. Salvo que esas prioridades se ven rápidamente desplazadas por un enfoque
mundano y cortoplacista que no piensa en el despertador de mañana…
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